Fin de semana en...

... A esta hora tú no existes, yo no existo, existen ante mis ojos, sin relieve, los muebles, como en una pesadilla o un anuncio. Sin propósito, la vida se disgrega en objetos. Esta nada a la cual nos destierra la falta de contacto, la falta de amor, es como un desierto de imágenes vacías, ilimitado, en que nuestro cuerpo es una imagen más, un alfiler perdido en las astas extensiones del tiempo y el espacio.

... Qué falta de peso tienen las palabras. Ayer, cuando compraba un bistec en la carnicería de abajo (el trozo de carne cruda, de un rojo húmedo y ligeramente repugnante, y el grueso rostro del carnicero eran la misma cosa) el carnicero me preguntó "¿Aplanado?" Y yo le dije que sí. Nuestras palabras me sonaron extrañas, señales entre satélites cuyas trayectorias se cruzan una sola vez, por casualidad, en el espacio.

... Ya no soporto este departamento. Desde que Xavier se llevó a los niños ya no hay regaños, ni lloriqueos, pero las paredes no han tomado una actitud neutra, sino más bien angustiosa (como una pregunta que se repite interminablemente, pero cuyas palabras no alcanzo a distinguir). De todas maneras, estaré más tranquila. Tal vez logre renacer en mí la esperanza. La esperanza... cuando digo eso pienso en unas flores que se recortan contra el cielo en un callejón de barrio. La esperanza es cualquier cosa, cualquier cosa. En estos momentos la concibo, pero no puedo imaginarla. Quizás mediante trucos: la esperanza que tiene una niña de ver a sus padres después de estar en un internado... la esperanza de un enfermo al cual le dicen que estará en pie dentro de unos días... pero es un truco de doble filo, porque inmediatamente me imagino la decepción de la niña al encontrarlos distintos de como se los imaginaba... el aburrimiento del enfermo después de unas semanas de estar sano.

... Hoy me encontré a Daniel en el café. No se dio cuenta de mi estado de ánimo. Lo oculté hablándole con entusiasmo de mi próximo trabajo, coqueteando con un tipo de otra mesa, fingiendo que tenía una cita. Antes de irme saqué mi polvera y me arreglé cuidadosamente, después de lo cual me despedí con notoria pero amable indiferencia. Al salir del café me metí en el siguiente, en donde me fui directamente al baño y me solté llorando como desesperada. Tuve que quedarme casi media hora ahí encerrada, mientras me calmaba y se me bajaba el color rojo de los ojos. Luego me vine al departamento. Después de todo, es una ventaja que esté vacío. Inútil pensar en leer o ir al cine. Me tomé dos de las pastillas para dormir, aunque solamente eran las siete. Afortunadamente todavía funcionan.

... Llevo tres días sin escribir nada en este diario. No puedo, no sé por qué. No logro reunir los ánimos suficientes para tomar la pluma, y si la tomo, no puedo escribir la primera palabra. Escribir me parece absurdo... ¿para qué escribir?

... Hoy vino a visitarme Carmela. Con sus ademanes agudos y sus palabras que repiquetean logró llenar el departamento con un simulacro de alegría. Me invita a acompañarla a Acapulco. Tiene vacaciones y no quiere ir sola. He decidido acompañarla. Debe ser horrible esperar las vacaciones todo el año, y pasarlas sola, en un cuarto de hotel.

... Hoy desperté con el corazón palpitante, angustiada por un sueño horrible. Estaba con Daniel. Le veía la cara tan claramente que hubiera podido tocarla. Estábamos felices los dos. Radiantes. Traté de hacerle una caricia. Al acercar mis dedos me di cuenta de que estaba hecho de una arena verdosa que se desmoronaba... me quedó un malestar físico, como un eco del sueño, todo el día.

No encuentro mi traje de baño, voy a tener que comprarme uno. Pero no demasiado caro, no vale la pena.

... El galerón lleno de mercancías estaba horrible, como siempre. Estas grandes tiendas de descuento parecen laberintos por donde vagan mujeres de mirada extraviada, ausente, arrastrando a sus hijos. Avanzan a empujones, movidas en parte por la corriente. No saben a ciencia cierta lo que buscan, o quizás se les haya olvidado, distraídas por las filas de artículos vistosamente empaquetados.

Un poco mareada por las vastas extensiones de ropa, hileras de objetos de plástico, paredes de juguetes y discos, llegué por fin a la sección de ropa en busca de un traje de baño. Tuve que esperar porque los probadores estaban ocupados. La muchacha encargada de los vestidores hablaba con una amiga en voz chillante y segura. Me pareció que hablaba de su novio, de algún disgusto que había tenido con él a causa de su familia. Su amiga la escuchaba pacientemente, pero sin interés. Finalmente, al desocuparse el probador, me alargó una ficha diciéndome, con la mirada perdida a mis espaldas, "Puede pasar."

La coquetería siempre había sido un buen recurso para mí. Por deprimida que estuviera, un vestido nuevo que me quedaba bien, un peinado, un collar, me reanimaba, infundiéndome deseos de salir a la calle y encontrarme con alguien. Pero ahora tenía la certidumbre de que Daniel no me vería, y que, si me viera, no le importaría, o podría inclusive molestarlo el encontrarme en un lugar en donde no esperaba verme. Después del tercero o cuarto traje que me probé, sentí que todas las fuerzas se me escurrían... un cansancio infinito me jalaba hacia abajo. Se me dificultaba respirar. Me senté en el suelo un rat. Mover una mano era difícil. Después de un tiempo me forcé a vestirme y me fui.

... Las olas son grises. El agua me envuelve, embebe, me chupa. Siento el agua inmensa y oscura. No quiero moverme. No tengo deseos de oír nada ni de decir nada.

Creo que la muerte ha llegado. Digo, me empieza a obsesionar. La muerte como esperanza. Empiezo a imaginar las formas posibles de mi muerte. Me veo muriendo en un accidente y siento un alivio anticipado que es lo más parecido a la felicidad que he sentido en algún tiempo.

... Carmela encontró un amigo en la playa. Yo me había apartado un poco, y me asoleaba soñolienta en la arena, cuando vi que me hacía señas. Era para presentarme a su amigo, que a su vez, como todos los amigos de Carmela, tenía un amigo, y decirme que nos invitaban a bailar más tarde. Carmela no podía ocultar su alegría. Imposible pensar en negarme. No me lo hubiera perdonado nunca.

Todos estamos solos. Entonces, ¿para qué juntarnos para estar solos? Es hacerse ilusiones. ¿Será con la esperanza de que, por el mero hecho de que pase el tiempo, lleguemos, alguna vez, a estar juntos?

... Esta noche Carmela, su amigo, y el amigo de su amigo me paran los pelos de punta. Sus bromas, las miradas intencionadas, las manos sudorosas. El ambiente de romántica alegría cuidadosamente elaborado a base de frases, gestos, tonos de voz, miradas, interrumpido por torpes silencios involuntarios y auténticos. De hecho no teníamos nada qué decirnos. Nos costaba trabajo estar juntos, y sólo la firme decisión de Carmela de acostarse con alguien esa noche nos mantenía unidos.

El amigo que me había tocado en suerte era tímido y tonto. Cuando bailábamos no decía nada, se concretaba a restregárseme y echarme miradas lánguidas, y en la mesa se dedicaba a beber y a dar risotadas con pretexto de las bromas del otro. Estaba yo rendida de cansancio y aburrimiento cuando sugirieron que fuéramos a ver la luna. "Ve tú", le dije a Carmela, "yo me voy a dormir".

Pero no había contado con los efectos del alcohol y el gusto de Carmela por la complicidad. Estaba yo en mi cama cuando entró sigilosamente mi ex compañero de baile. "Vine por el abrigo de Carmela. Tiene frío." Tomó el abrigo del closet que le señalé, y se sentó en mi cama. ¿Qué quería de mí? Si yo fuera un pan de dulce me comería y no le quedaría ni el recuerdo. (¿Pero yo soy algo más... no?) Me senté en la cama y lo miré, tratando realmente de averiguar quién era. Vi una cara blanda, blanquecina, una cara de muñeco de trapo, traspasada por unos ojos que me miraban un poco febrilmente. Busqué algo de qué agarrarme, pero no encontraba nada. Solamente la forma exterior de una vida repetida por miles de otras. La vida de un oficinista mediocre, sudoroso, de vacaciones en Acapulco. Tuve asco, pero mi actitud lo había hecho creer que yo quería que me hiciera el amor, y ya había empezado. Demasiado tarde para impedirlo. Lo dejé seguir, pero cada caricia me hería sin proponérselo, era como el revés de una caricia: un insulto, un choque, un golpe, el eco negativo de una mano que no era la suya. El deseo de estar con Daniel que siempre sentía como una constricción sorda en el pecho o en el estómago se generalizó hasta invadir toda mi piel. Luchaba entre el deseo de estar con Daniel y el horror de esto que no era Daniel ni era nada.

... El pesado sol de Acapulco invadía el cuarto. No había nadie. La cama de Carmela no daba señas de haber sido ocupada. Me movía con desagrado. Mi cuerpo parecía estar lleno de una densa sombra sofocante. Decidí levantarme, darme un baño. Salir a tomar algo. Lo que me hacía falta, probablemente, era un café, o caminar un poco.

Me puse a caminar sobre la arena, de playa en playa. Cuando terminaba una, seguía otra, algunas más pobladas, otras menos. En todas había la misma gente, y hasta los mismos sombreros de paja y pelotas de plástico. En cuanto veía un lugar sombreado y solitario me tendía a dormir y escuchar las olas, pero no tardaba en llegar alguno, a intentar entablar conversación o echarme miradas insinuantes desde una distancia de tres metros. Todos decían lo mismo. Lo mismo. Ya sabía de antemano las palabras y hasta el tono de voz que habían de usar, así como el momento en que tendría que irme o aceptar su compañía.

De regreso en el hotel me encontré a Carmela y le dije, claramente, que si le gustaba su amigo que se fuera con él, pero que yo no quería salir con él ni con nadie que me pudiera presentar. Me llamó grosera e ingrata, recogió su ropa y se fué, dejando una estela de taconazos e interjecciones, y yo me quedé en la situación que había venido a evitarle: sola con cuatro paredes en Acapulco.

... No hay nada más sórdido que un cuarto de hotel. Nada más desesperado. Los muebles son pretensiosos y baratos. Parecen reflejar la mirada de tantos ojos acorralados. La atmósfera tiene algo de densamente abandonado. Como un gato a quien ha dejado su dueño para irse a vivir a otra parte. Frente a mi cama, en la pared, había, como siempre, un cuadro. Un cuadro que no decía nada. Y a pesar de todo, los muebles de un hotel pueden ser preferibles a la propia casa. Las paredes de mi departamento, a fuerza de mirarlas en el mismo estado de ánimo durante tanto tiempo, me recibían con él al abrir la puerta de regreso cada noche. El aire estaba lleno de mis pensamientos, de mis preguntas sin respuesta, de mis pesadillas y obsesiones. Volver a mi departamento cada noche era, como despertar en mi cama cada mañana, volver a la conciencia de un hecho desagradable.

... Efectivamente mi cuarto no ha cambiado. Me recibe con la misma idea, corporeizada en la cama, pulverizada en la atmósfera, que ya no se expresa en palabras porque ya no las requiere. Desempacar maletas, colgar vestidos, es absurdo. Si pudiera evitarlo, ya no me movería nunca. Me moriría en esta silla, como momia. He visto personas que son momias de un momento como éste.

... Estás conmigo como la sombra en los roperos. Eso que flota alrededor de tí y se mueve, gesticula, conversa, es una coincidencia, un error... una máquina de calcular... un fonógrafo emotivo que reproduce ciertas emociones ante ciertos estímulos. Tu cuerpo, tu historia, están lejos de mí. Pero tú estás conmigo, adentro de mí, en mi cabeza, fuera de mi alcance, aquí en la sombra, donde no te veo.

... Me estoy volviendo loca. El silencio me persigue tanto como el ruido. La gente tanto como la soledad.

... He vuelto a pensar en la muerte. La veo como una amiga, como una mano, como una máscara.

... He cambiado. Puedo sonreírte y tomar café contigo. Sé que no eres el que está frente a mí, sino el que está adentro de mí, conmigo. Ninguno te conoce como yo; ninguno sabe en realidad quién eres, ni tú mismo. Tal vez no existas, tal vez no nazcas nunca. En ese caso ninguno te conocerá. Sólo yo con quien estás, adentro de mí, conmigo.

... Hoy me sucedió algo muy curioso. Veía mi cama, la pared que veo cuando despierto y el ángulo que forma con el techo, como un lejano y triste recuerdo. Tenía la impresión de que recordaba algo que había visto hace muchos años. De pronto me di cuenta de que era el presente. Me imaginé diez años como este momento, iguales, sin ningún cambio, y sentí el horror de levantar la sábana para acostarme y encontrarme debajo, muerta.

... Terminaré pronto. Podría estarme pensándolo años, pero lo mejores darme prisa. Mientras más tiempo se alarga más se debilita mi voluntad y peor me sentiré, hasta que llegue.

... ¿Qué hacer con mis cosas... repartirlas? No tengo nada que valga la pena en realidad. Terminaré el trabajo que tengo comenzado en la oficina. No es justo crearles un problema dejándolo a medias. ¿Y el dinero? Lo dejaré en mi bolsa, será para el entierro. O que se lo roben. Que hagan lo que quieran, eso es lo que harán de todos modos... Hay mucha vida en esto. Planes preparativos. Parece que regreso la semana que entra. Parece mentira todo... ¿qué de veras me voy a suicidar?

Se me habían olvidado mis papeles. Afortunadamente hace tiempo que destruí cartas y fotos. Sería horrible verlas otra vez para quemarlas. Este diario no importa, no dice nada, no compromete a nadie, y me sirve de compañía mientras se llega el momento. Además, sería muy molesto quemarlo. Como que es lo único verdaderamente mío que queda.

¿Qué día escogeré para mi muerte? Me siento como una actriz dramática que interpreta a solas, ante un espejo, su próximo papel.

... No fue después de todo como yo había pensado, sin después de arrastrarme durante dos o tres días horribles en que ya no puedo más. Ya lo hice. Todavía me queda tiempo. Escribiré por última vez en mi diario. Es la mejor manera de no lanzarse a pedir ayuda, de no hacer el ridículo, gritando "Sálvenme, sálvenme, que me suicido, me acabo de suicidar..."

¿Cuáles serán mis últimas palabras, las que deje al final, como epitafio? La ceniza me cae en los cabellos. Las telarañas me... Eso no dice nada... mi corazón es un trozo de carne roja, húmeda, en la carnicería, y el carnicero dice...