Ezra Pound

Ezra Pound nació el 30 de octubre de 1885 en el pueblo mi­nero de Hailey, Idaho, en los Estados Unidos, idéntico, según parece, a los que se ven en las películas del viejo oeste: una sola calle, lodo, cantinas y pistolas. Estaba al final de una nueva línea de ferrocarril y ni siquiera se le podía encontrar en el mapa. Su padre, empleado del gobierno, se ocupaba del regis­tro de fundos mineros y del ensaye de minerales. La familia Pound, que había llegado a Nueva Inglaterra en una de las primeras remesas de pioneros, era del tipo emprendedor y aventurero, y sus miembros habían sido balleneros, ferrocarri­leros, mineros, negociantes y políticos. Su abuelo paterno había sido, entre otras cosas, maderero, diputado y gobernador de Wisconsin. Se decía de él que era uno de los pocos hombres que, entrando rico al Congreso, había salido pobre, y tal parece que se tomaba en serio su papel de diputado, ya que en una ocasión en que abogaba por el establecimiento de escuelas para los indios, arengó al Congreso diciendo: "Denles palas en vez de pólvora, arados en vez de fusiles, oportunidades en vez de himnos y oraciones." Su abuela paterna provenía de una familia encantadora, pero con fama de dedicarse al abigeato, aunque, como dijera Pound: "Eran buenos ladrones de caballos. Nunca los agarraron." La madre de Pound pertenecía a una familia igualmente antigua, aunque más sedentaria y respetable, que contaba entre sus miembros al famoso poeta norteamericano Henry Wadsworth Longfellow.

Los padres de Pound que eran, por cierto, cuáqueros no muy rigurosos, pertenecían a una clase media acomodada, aunque no lo suficientemente rica para ayudar mucho a Pound, que sufrió durante toda su vida por la escasez de dinero. Sus relaciones con su padre, hombre de carácter alegre, democrático y abierto, y su madre, mujer culta y refinada, eran excelentes. Pound les escribía continuamente, discutía con ellos sus ideas y su poesía, y ellos, por su parte, idolatraban a su único hijo, a quien trataron siempre de ayudar y, una vez que les llegó la hora de jubilarse, quitaron su casa y se establecieron en Italia, para estar cerca de él.

La familia se mudó varias veces, acabando por instalarse en una casa sumamente amplia y cómoda (como las que se usaban antes de que la usura redujera el tamaño de los cuartos), árboles fruta­les, hortaliza y jardín. Ezra, cuya precocidad fue notable, no era precisamente un niño introvertido, con la nariz metida siempre en un libro, sino que jugaba football y tennis, era campeón de esgrima, y, en general, llevaba una vida normal... si exceptuamos el que su mamá le leyera Iqs clásicos diariamente cuando tenía cinco años, y que una tía abuela se lo llevó de paseo a Europa cuando tenía doce. Pound entró a la Universidad de Pennsylvania a los quince años, decidido a convertirse en poeta. ¿Sería, quizás, la ocasión en que alguien le recitó trozos de la Odisea en griego, después de un juego de tenis, lo que comenzó a interesarlo especialmente en la poesía? Lo cierto es que ya entonces pensaba que "el impulso" es cuestión de los dioses, pero la técnica es responsabilidad propia, motivo por el cual determinó que a la edad de treinta años sabría más acerca de la poesía que ningún otro ser vivo: que sería capaz de distinguir el "contenido dinámico" de la "cascara", qué era lo que se aceptaba como poesía en todas partes, qué parte era indes­tructible y no se perdería al traducirla, y qué efectos se podían obtener en un solo idioma, y eran por lo tanto intraducibles.

Desde sus primeros años en la universidad, Pound era notorio por su vestimenta estrafalaria, su falta de respeto por las conven­ciones, su combatividad y su mente ágil y penetrante. Sus prime­ros amigos fueron un pintor y una poetisa, Hilda Doolittle, a quien le dedicó en 1907 su primer libro de versos, mecanogra­fiado y encuadernado por el autor.

En los seis años que se pasó Pound en la universidad (inte­rrumpidos por dos viajes a Europa) comenzaron a definirse sus intereses dentro del campo de la literatura, debido a su lectura de la poesía latina -en especial Marcial y Catulo, que influyeron de manera fundamental, no sólo en su propia poesía, sino en su idea de lo que debía ser la poesía-, a su iniciación en las literaturas romances y, sobre todo, a la poesía provenzal, que comenzó a traducir en esos años. Se formó también una impresión negativa del sistema universitario, que le pareció asfixiante y esterilizador.

Cuando se entera uno de que fue el único alumno reprobado en el curso de crítica literaria, y que se le negó el derecho a escribir su tesis sobre un autor poco conocido, aceptando en cambio que la hiciera sobre el tema del "gracioso" en el teatro de Lope de Vega, se pregunta si no tendría razón. Además de su interés en toda una gama de literaturas, sobresalió en matemáticas, y dedicó el sobrante de sus energías a la esgrima, el tenis, el ajedrez y la carpintería.

Después de obtener su maestría, Pound renunció a la vida académica propiamente dicha, y se buscó un puesto como maes­tro de lenguas y literaturas romances en una minúscula universi­dad del medio oeste, en donde desentonaba con el ambiente. Como era de esperarse, lo corrieron después de algunos meses, debido a un incidente que sólo podría escandalizar a una sociedad puritana anglosajona: le dio hospedaje a una actricilla que no tenía dónde pasar la noche (o la quería pasar con un poeta).

Quizás un poco hastiado, decidió irse a probar fortuna a otro lado y se embarcó, sin rumbo fijo, hacía Europa, llevando en su maleta un pequeño volumen de poesía que había rechazado una editorial norteamericana. Pasando por Gibraltar y Venecia, en donde costeó personalmente la publicación de éste, su segundo volumen de versos (A lume spento), llegó Pound por fin a Londres, con tres libras en la bolsa, y sin conocer a nadie.

Londres le sirvió de estímulo, y en una carta a Williams le dice: "No hay ninguna ciudad como Londres para hacerlo a uno sentir la vanidad de todo arte excepto el más alto." Dentro de poco tiempo logró mantenerse dando conferencias, publicando alguno que otro artículo y ayudándose con las pequeñas cantidades que ocasionalmente le mandaba su padre, gracias a que su estilo de vida era el de un estudiante pobre. Un librero metido a editor, Elkin Mathews, lo introdujo en los círculos literarios y publicó por su cuenta el tercer libro de Pound, Personae, y el cuarto, Exultations, en 1909, y después, durante algunos años, los demás libros que fue escribiendo Pound, que no dejaba descansar la pluma.

La primera amistad importante que hizo fue la de William Bu­tler Yeats, célebre escritor irlandés que, en opinión de Pound, era el único poeta vivo de lengua inglesa del cual se podía aprender algo. La amistad tuvo consecuencias. Pound conocía ya muy bien la obra de Yeats, que es una de las dos influencias inglesas que reconoce en su poesía (la otra es Browning). Lo curioso es que Pound, a su vez, influyó en Yeats, que era bastante mayor que él, no por el ejemplo (su poesía no convencía del todo a Yeats) sino por la crítica oral directa, y la etapa posterior de la poesía de Yeats, que se considera como la mejor, le debe mucho a sus conversaciones y correspondencia con Pound. Influyó también en el teatro de Yeats, por sus versiones del teatro Noh japonés, en las cuales trabajó durante su luna de miel en la casa de campo de su amigo (Pound se había casado en 1914 con Dorothy Shakespear, hija de una antigua amante de Yeats). Otra consecuencia de la amistad fue que Yeats le enseñó un poema de un irlandés desconocido llamado James Joyce. Le interesó tanto a Pound que inmediatamente le escribió al autor pidiéndole que le enviara material para las distintas revistas que ya para entonces asesoraba o editaba. Joyce le mandó el Retrato del artista adolescente, que Pound logró hacer publicar por entregas en The Egoist, de cuya , sección literaria era director. Desde ese momenroPoünd'slfhizo cargo de la fortuna literaria de Joyce (como lo hizo después, en mayor o menor medida, con Eliot, Frost, Williams, Cummings, Hemingway y otros) alentándolo, consiguiéndole donativos o pensiones, dándolo a conocer en sus artículos, buscándole edito­res, luchando por proteger sus obras de la censura, cuidando de su salud, presentándole a personas ricas o influyentes, y enviándole, en una ocasión en que Joyce andaba especialmente i.ial de dinero, un paquete de ropa usada que probablemente jamás uti­lizó. Es muy posible que sin la infatigable labor de promoción de Pound, el valor de la obra de Joyce no hubiera sido reconocido, y que no hubiera llegado siquiera a escribir el Ulises, una de las dos novelas que se reconocen como fundamentales para el siglo xx.

En 1914 se presentó en el minúsculo recibidor triangular de Pound otro joven desconocido, T. S. Eliot. Pronto descubrieron que estaban fundamentalmente de acuerdo respecto a las cuestio­nes literarias, y Eliot le comenzó a servir a Pound de potente refuerzo en la guerra que éste había iniciado contra el establish­ment literario británico, en su esfuerzo por renovar las letras in­glesas. Poco después Eliot le enseñó el Poema de amor de Al/red J. Prufrock. que tenía ya tres años de escrito (la poesía de Eliot había sido rechazada por revistas literarias norteamericanas), y Pound lo hizo publicar en Poetry, revista en la cual tenía influencias. La amistad entre los dos poetas era muy estrecha y no cabe duda de que la influencia, también aquí, fue mutua. Pound señala que las únicas críticas constructivas qué recibió cuando comenzó a publi­car los Cantos fueron de Eliot. Eliot le sugirió correcciones que incorporó en Hugh Selwyn Mauberley. y cuando Eliot le envió el manuscrito de La tierra baldía, Pound le metió las tijeras a tal grado que se dice con frecuencia que la mejor obra de Pound es La tierra baldía de Eliot.

En 1915 Pound comenzó a escribir sus Cantos, que concibió como un poema "criselefantino" que le llevaría unos cincuenta años escribir, y del cual tenía en mente el plan general, aunque muy vago y flexible. Había inventado una forma nueva ^eiá«ica^y._. adaptable a CMlguiet^oñtir¡¡cIcCl)ero especialmente apta para la recopilación histórica y el reportaje, dentro de cuyo seno se po­dían yuxtaponer elementos prosaicos y poéticos. Una forma que ganaba para la poesía la fluidez y omnicapacidad que con­quistaban casi al mismo tiempo Proust y Joyce para la novela.

El primer Canto nos muestra a Ulises Odiseo cuando desciende a los infiernos para preguntarle al divino Tiresias por su propio futuro. En él se enuncia el sentido de los Cantos, que serán la indagación que lleva a cabo el poeta, rastreando en épocas pasa­das, en busca de lo que debe ser el futuro; aunque Pound no piensa, como Ulises, que el futuro esté ya dado, predestinado, sino que, creyendo en la libertad y la responsabilidad humanas, trata de encontrar modelos para un futuro deseable, en el cual se realizará el hombre plenamente y al cual daría forma al Hombre mismo. Otro leitmotiv de los Cantos que se anuncia en el segundo de ellos es la metamorfosis, o convertibilidad mutua de persona­s, situaciones y momentos (idea que, por cierto, encontramos más tarde en Borges y Cortázar). En este segundo Canto se des­criben las transformaciones que impuso el dios Dionisio, secues­trado por piratas, a los marineros que lo llevaban preso. Aquí el tema está ligado también al de la degradación del hombre por la comercialización; efectivamente, cuando los piratas lo aprisionan para venderlo, el dios se venga convirtiéndolos en animales. A esta degradación de la civilización occidental se alude también, entre muchos otros, en los Cantos XIV y XV, en que Pound traslada el Infierno de Dante a su propia época, refundiendo en él a los políticos (en el mal sentido), financieros, periodistas vendi­dos, hombres enriquecidos con ganancias desmedidas, traidores al lenguaje, agentes provocadores, torturadores, puritanos, usu­reros, obstructores de la difusión del conocimiento, etcétera.

Cuando Pound inició los Cantos tenía en mente un plan gene­ral, pero a medida que los iba escribiendo se iba enriqueciendo su experiencia y su pensamiento, y modificándose o ampliándose su punto de vista, lo cual repercutió en la claridad del lincamiento original,, Pero lo que se perdió en claridad sé ganó, indudable­mente, en riqueza y humanidad,.,Un poema cuya rreación abarca varias déjcjLdas_acabajp_or coníuadksfijcanTa'Vida misma, con todo y sus contradicciones y virajes y sus momérTro?lIe~ revelación. La principal objeción que se les puede hacer a los Cantos es su oscu­ridad, lo cual resulta paradójico porque los Cantos son, ante tocio, "un poema pedagógico. Lo que sucede es que Pound era un peda­gogo que no hacía concesiones. Exigía del alumno que quisiera realmente aprender, y estuviera dispuesto a pasar por dificulta­des. No se puede negar que el poema está plagado de ellas^pero quien se atreve a pasarlas, encuentra la claridad.^Mas'que La~] tierra baldía los Cantos de Pound son, a la poesía, lo que el Ulises de Joyce es a la novela. Pero como la poesía tiene menos lectores, , su impacto sólo comenzó a sentirse realmente en los cincuentas, y / todavía no acaba de apreciarse plenamente.

Entre los años de 1913 y 1915 Pound se dedicó a traducir poesía china, basándose en los borradores literales que había de­jado un erudito norteamericano, Ernest Fenollosa. Vale la pena mencionarlo porque en opinión de Eliot lo que conocemos noso­tros como poesía china es invención de Pound. Según Eliot los siguientes traductores han adoptado el mismo estilo, sabor o tono que se puede encontrar en algunos poemas de Pound anteriores a su lectura de los manuscritos de Fenollosa, y recomienda compa­rar las versiones de Pound con las anteriores versiones a lengua inglesa para confirmar su opinión. También como traductor Pound rompió lanzas con el pasado, inostrandosiempre excepcional in­ventiva, yjafla_g£an_ficlejic]acl_al sentido pr5Iurídlr^BrorgSaI¡_ ~aüñqJre~fib a los detalles. AunqúITpT^vocaKTrTos"comentarios despectivos de los eruditos, sus versiones revitalizaron para el siglo xx varias zonas cruciales del pasado poético, e impusieron un nuevo concepto de la traducción.

La poesía publicada por Pound, de A lume spento en adelante, desconcertó a los críticos, pero desde el principio provocó la admiración de algunos y, en general, se reconoció ya desde en­tonces que buena, mala o dudosa, era algo realmente diferente de lo anterior.

En qué consistía esa diferencia y cómo llegó a ella Pound, resulta claro cuando lee uno sus traducciones. Fundamentalmente fue la poesía latina la que le enseñó a arftár la parquedad, la ■ • desnOctery-gtjgBfeqw^ educaron su oído y To volvieron un virtuoso de la forma y del análisis pxeciso de las emociones. Por otra parte su amigo el novelista Ford Madox Ford le infundió respeto por algunas cualidades de lo que él llamaba buena prosa, y la "naturalidad" del lenguaje . ,T PcñmcTTaálSTarde recomendaba no decir en poesía nada, nada, que no pudiera uno decir realmente, en alguna circunstancia, o bajo la presión de alguna emoción. Cuando Pound dice que "su verdadera Penélope fue Flaubert" se refiere a que su prosa repre­sentaba para él un ideal literario que había que buscar en la poesía.

Además de su obra como poeta traductor, Pound escribió una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, tanto de crítica como de teoría estética, económica, pedagógica y demás, en un estilo sumamente original, lleno de intuiciones certeras, tajante, lúcido y exasperado. En todos estos campos fue siempre un afi­cionado, pero un aficionado que puede tomarse como punto de partida, y la prueba es que muertos de sus pronunciamientos fundamentales en materia literaria han resistido el paso del tiempo y comienza a dárseles la atención que se merecen. Pero hay que admitir que, aunque es capaz de las intuiciones lúcidas de valor duradero de un Aristóteles contemporáneo, su exposi­ción es, en conjunto, deficiente y cansada, y su sistematización, improvisada e intuitiva, falla. Sin embargo su lectura es, sin duda alguna, de las más reveladoras y productivas de cuantas se pue­den hacer en la actualidad. Si algún norteamericano además de Edgar Alian Poe tiene derecho al discutible epíteto de genio, es Ezra Pound.

Pound se pasó diez años de su vida en Londres. En esa década lanzó o ayudó a lanzar dos movimientos literarios: el imaginismo y el vorticismo; apadrinó, asesoró o ayudó a editar varias revis­tas literarias de suma importancia, que remaban en contra de la corriente; promovió la publicación de obras tan importantes como la de Joyce y la de Eliot; combatió la censura dejas obras -literarias, y sembró por todas partes sus opiniones sobre arteT música, economía, política y literatura, dejando huellas imborra­bles de su paso. Para 1920 estaba ya cansado de luchar contra la maffia conservadora de la literatura inglesa con mayor o menor éxito, pero convirtiéndose en persona cada vez menos grata. Su pugnacidad, que tan útil le era a sus amigos, le ganaba muchos enemigos, y tuvo por consecuencia que varias revistas se negaran a publicarlo, se pusiera dé moda en algunos círculos menospre­ciar su poesía, y le tocara, en fin, una parte desproporcionada de la virulencia solapada que los escritores reservan para los demás escritores. Dejando a su hijo, Ornar, en manos de su abuela ma­terna, se trasladó con su mujer a París en donde siguieron un estilo de vida idéntico al que habían llevado en Londres. Final­mente, en 1924, se mudaron a Rapallo, un pueblecito de la Ri­viera italiana, que fue su hogar intermitente durante el resto de su vida. Ahí sus días fueron, quizás, más tranquilos, pero no menos activos. Desde Rapallo, por correspondencia, siguió in­fluyendo en revistas, editoriales y escritores, y escribiendo una gran cantidad de ensayos y artículos en los cuales iban ocupando cada vez más espacio los temas políticos y económicos. Orga­nizó, también, conciertos, en los cuales alternaba la música con­temporánea con la medieval, y se metió a compositor, a pesar de no saber música, escribiendo una ópera sobre la vida de Francois Víllon. De sus aficiones musicales hay que agradecerle su interés por Vivaldi, que desenterró del olvido, y una porción de cuya música se hubiera perdido para siempre sin la intervención de Pound. Para esta labor se valió de la violinista Olga Rudge, con quien tuvo una hija, y que se pasaba largas temporadas con él y su mujer en Rapallo.

Ya desde Londres Pound se había interesado en un nuevo sis­tema económico propuesto por un tal Mayor Douglas. Este atri­buía las guerras, la inflación, las depresiones y la inestabilidad endémica del mundo capitalista (entonces no había otro) a~un sistemáTiñañcíéro en que la banca privada podía mangonear a su antojo la política. Pronto se convirtió en un ardiente defensor de esta teoría que, en el fondo, ataca las bases del capitalismo; fue eso lo que lo llevó a simpatizar con eljascismo, debido a ciertos una serie de difusiones radiofónicas, fundamentalmente culturales, desde Roma, du­rante la Segunda Guerra Mundial. Al terminar la guerra se le acusó de alta traición y se le encarceló en condiciones espeluz­nantes, que provocaron en él una crisis nerviosa. Después de seis meses de cárcel militar, durante los cuales escribió los Can­tos llamados de Pisa, se le envió a los Estados Unidos para su juicio; sin embargo, por recomendación psiquiátrica, se suspen­dió el juicio y se le internó en un manicomio, el famoso St. Elizabeth's, en donde quedó recluido durante trece años. Es su­mamente dudoso que estuviera realmente enfermo, excepto, quizás, en el periodo inmediato a su llegada, y eso debido a las condiciones de su reclusión. También es dudoso, y mucho, que se le hubiera podido comprobar la acusación que pesaba sobre él. Lo cierto es que Pound, con una fuerza de carácter admira­ble, supo sobreponerse a las circunstancias y, excepto durante el primer año, en que estuvo rodeado de enfermos en camisa de fuerza y sólo podía recibir la visita de su mujer durante quince minutos al día, logró proseguir su vida intelectual dentro del hospital, de una manera bastante semejante a la que llevaba en Rapallo. Su mujer no dejó de visitarlo diariamente durante todo ese tiempo. En 1958 salió por fin del hospital gracias, en gran medida, a los esfuerzos de Eliot, y regresó a Italia, en donde terminó los Cantos. El último periodo de su vida lo pasó vi­viendo a veces con su hija natural, María, casada con un noble italiano, en el castillo medieval de Brunnenburg, a veces en Ra­pallo con su mujer, Dorothy, a veces con Olga Rudge en Vene­cia. Murió el 2 de noviembre de 1972.